Yo también soy perezoso
Como ya he comentado en alguna ocasión, mucha de la gente que me rodea me considera una persona altamente produciva y… en realidad, tengo que aceptar (con humildad pero realismo) que es cierto. Soy capaz de realizar muchísimas acciones cada día y todas ellas con un alto nivel de intensidad e impacto. Sin embargo, he de confesar también que en realidad soy tan perezoso y procastinador como cualquier otra persona. Pero tranquilo, esto es normal y tiene una explicación evolutiva:
Una de las diferencias principales que tenemos como especie con respecto al resto de animales es un alta capacidad de analizar y sintetizar. Este exceso de “procesamiento” conlleva un enorme gasto energético realizado por nuestro cerebro y solamente hay una estrategia para que este aspecto sea posible: aumentar nuestra economía energética. Para ello, evolutivamente lo trabajamos desde dos direcciones distintas. Por un lado optimizamos la ingesta calórica diversificando la dieta e introduciendo alimentos cocinados (que aportan practicamente la misma cantidad de nutrientes con un menor gasto calórico en su digestión). Por otro lado, minimizando la energía que consumimos en tareas no fundamentales. (en esta categoría caen la adaptación muscular a ejercicios similares o la automaticación de procesos conocidos).
Teniendo en cuenta nuestro pasado evolutivo, es normal que el cerebro haga todo lo posible por mantener niveles energéticos óptimos y ofrecerá tanta resistencia como sea posible a tareas no fundamentales. Por eso, es tan difícil convencernos a nosotros mismos de hacer la cama por las mañanas o de acabar el último kilómetro del maratón que estamos corriendo. Digamos que todos seguimos la ley del mínimo esfuerzo, es decir, dado un grupo de acciones posibles realizables para conseguir un mismo fin, tendremos tendencia a realizar la que nos ofrece un mayor beneficio con un mínimo esfuerzo.
Aplicando este concepto al tema de los hábitos y las conductas podemos claramente enunciar que en realidad, no queremos realizar los hábitos. Lo que queremos son las consecuencias de la ejecución de los mismos. Esta idea es en algunas situaciones complicada de destilar de la realidad ya que muchas veces la consecuencia y la ejecución son tan próximas en el tiempo que se confunden. Mucha gente dice que le gusta ir al gimnasio a levantar pesas pero en realidad no es el hecho de levantar un objeto pesado lo que disfrutan, es la satisfacción del progreso, las consecuencias estéticas, la relajación o desconexión de otro contexto más estresante, el refuerzo social, la dopamina liberada… Con ello, podemos decir que un hábito es un “obstáculo” entre nuestro estado actual y el estado que queremos alcanzar. Por eso, cuanto mayor sea el hábito que nos proponemos, más resistencia ofreceremos y más difícil será que lo ejecutemos. Es cierto que temporalmente podemos compensar ese sobreesfuerzo con picos de motivación, pero cuando ésta acabe, irremediablemente dejaremos de hacer la acción.
Pensemos entonces de manera positiva, si cuanto mayor es el esfuerzo de un hábito, más difícil será realizarlo, cuanto más pequeño sea, más firmemente adaptaremos esa conducta. ¡Exacto! El truco es hacer que la ejecución de los hábitos sea lo más sencilla posible. ¿Cómo? Te lo cuento en el próximo episodio.
Como siempre, espero que este artículo te haya gustado y aporte algo nuevo en tu vida. Nos vemos en el próximo capítulo.